Carta semanal del Sr. Cardenal Arzobispo de Valencia
Estamos llegando a la etapa que culminará los trabajos de nuestro Sínodo diocesano, convocado hace poco más de un año para consolidar, en Valencia, una Iglesia diocesana evangelizada dispuesta de verdad y decidida, con el auxilio del Espíritu Santo, a evangelizar, prosiguiendo y retomando, de alguna manera, aquellos otros trabajos con los que hace unos años nuestra diócesis recorría “itinerarios para la renovación y la evangelización”, recogidos en un “Proyecto diocesano de evangelización”, aprobado en Asamblea diocesana, hace ahora dos años.
En los tiempos que estamos viviendo, verdaderamente difíciles, de prueba, nos encontramos abrumados y desconcertados por la pandemia del covid 19, que tantos sufrimientos, muertes, miedos, heridas y quebrantos está originando, los cuales hace suyos la Iglesia, en Valencia, solidaria de los dolores, penas, alegrías, tristezas y esperanzas de los hombres; en esta realidad, envuelta, por lo demás, en una situación cultural y social de olvido de Dios, en que se vive como si Dios no existiera, secularizada y secularizadora, de apostasía silenciosa, y sumergida en una honda crisis de humanidad y moral; cultural, social, política y económica con todas la pobrezas inherentes que lleva consigo, la Iglesia que está en Valencia escucha un poderoso, urgente y apremiante llamamiento, de parte de Dios y de los hombres de hoy, a evangelizar y a ser evangelizada, sencillamente a ser Iglesia, Iglesia de esperanza, en salida, cuya identidad es ser misión, evangelizar. Son tiempos en que nuestra mirada se vuelve a Dios, para escuchar su Palabra, e implorar su auxilio, necesitamos volver a Él que se nos ha dado por completo y se nos ha revelado en su Hijo Jesucristo. Volver a Él y escuchar a Jesucristo que nos dice, en nuestra circunstancia histórica: “Venid a mí, los que estáis agobiados y cansados y yo os aliviaré; aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; haced discípulos míos y enseñadles lo que os he mandado; no tengáis miedo; seguidme”.
Él sigue en medio de nosotros, no nos deja solos, nos acompaña en nuestro camino, está ahí con los que sufren, en los pobres, los descartados, nos acompaña en nuestro camino como a los caminantes de Emaús, que deambulaban desconcertados y sin esperanza. Jesucristo está presente en la Iglesia y actúa, unido siempre a ella; la Iglesia no tiene otra riqueza ni otra palabra, ni se puede apoyar para su edificación en otro fundamento que el ya puesto de una vez por todas: Jesucristo, y en los fundamentos de las enseñanzas de los Apóstoles. La Iglesia existe para hacer presente a Jesucristo; la gravedad de los problemas que pesan sobre la Humanidad y el inmenso sufrimiento de tantos hermanos nuestros, son una llamada de Dios apremiante a que la Iglesia sea Iglesia y haga presente a Jesucristo en medio de los hombres y para los hombres de hoy, en su favor, consciente de su misión e identidad, y de que el camino de la Iglesia es el hombre, servir a los hombres: ella existe para evangelizar, y hacer posible, con el auxilio del Espíritu Santo que surja una humanidad nueva, hecha de hombres y mujeres nuevos, conforme al Evangelio, con un estilo nuevo de vivir: el del Evangelio de las bienaventuranzas y de la caridad, esa caridad que describe el apóstol Pablo en su primera Carta a los Corintios (Cf. 1 Cor, 13). Todos y cada uno de los que formamos la Iglesia, que está en las diversas iglesias locales o diócesis, nos esforzamos o tenemos la responsabilidad de esforzarnos, con la ayuda de Dios, en llevar a cabo la misión común, juntos y unidos, en la Iglesia diocesana.
CAMINAR, EDIFICAR, CONFESAR son tareas y actitudes, movimientos, que acompañan esta misión común de la Iglesia, que está en Valencia y que se reunirá en Asamblea Sinodal, a primeros de octubre; tareas, actitudes, movimientos que deberían guiarnos en esa Asamblea Sinodal. CAMINAR en la presencia del Señor y ser irreprochables. “Nuestra vida es un camino y cuando nos paramos, algo no funciona. Caminar siempre, en presencia del Señor, a la luz del Señor, intentando vivir con aquella honradez que Dios pedía a Abrahán, en sus promesas”. EDIFICAR. “Edificar la Iglesia, con piedras vivas, consistentes, piedras ungidas por el Espíritu Santo. Edificar la iglesia, la Esposa de Cristo, sobre la piedra angular que es el mismo Señor”. CONFESAR. “Podemos caminar cuanto queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos y proclamamos a Jesucristo, algo no funciona. Acabaremos siendo una ONG asistencial pero no la Iglesia, Esposa del Señor. Cuando no se camina, se está parado. ¿Qué ocurre cuando no se edifica sobre piedras? Sucede lo que ocurre a los niños en la playa cuando construyen castillos de arena. Todo se viene abajo. No es consistente esa edificación. O cuando no se confiesa a Jesucristo, se confiesa la mundanidad del diablo, la mundanidad del demonio”. Caminar, edificar, construir, confesar. Pero la cosa no es tan fácil, porque en el caminar, en el construir, en el confesar, a veces hay temblores, existen movimientos que no son precisamente movimientos del camino, son movimientos que nos hacen retroceder” (Papa Francisco), por ejemplo, el de la cruz o las cruces, pero “cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz, y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, Papas, pero no discípulos del Señor”. Quisiéramos que “todos tengamos el valor, precisamente el valor, de caminar en la presencia del Señor, con la cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del señor, derramada en la cruz; y de confesar la única gloria: Cristo crucificado. Y así la Iglesia avanzará” (Papa Francisco). Así queremos y pedimos que la Iglesia avance en Valencia, con el Papa Francisco: caminando, edificando, confesando a Jesucristo crucificado.
Y así creemos que avanzará en el camino trazado ya en los inicios de este Sínodo, con la mirada y el corazón puestos en Jesús, nuestra meta, intentado llegar o alcanzar la COMUNIÓN, que constituye a la Iglesia como sacramento de comunión, es decir, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano; la RENOVACIÓN de la Iglesia diocesana y de sus fieles, y la EVANGELIZACIÓN, que es su identidad, vocación y dicha más profunda.
Son otras tres palabras que siempre hemos de tener muy presentes, sobre todo, en la próxima Asamblea Sinodal que marca el final del camino que hemos hecho juntos. Tres palabras clave para no olvidar y para entenderlas conforme al Concilio Vaticano II, y a la interpretación auténtica que de él ha hecho el magisterio de los Papas San Pablo VI, Juan Pablo I, San Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.
Todo se dirige, pues, hacia lo que ha sido el lema de los trabajos sinodales realizados, bajo la acción del Espíritu Santo: Por una Iglesia EVANGELIZADA (esto es, renovada, purificada, santa, santificada y santificadora), y EVANGELIZADORA (en obras y palabras, anunciadora y testigo de Jesucristo crucificado y resucitado y de su salvación, de su estilo de vida nueva y de su amor, preferencial por los pobres, pecadores, y descartados) en orden a una humanidad nueva hecha, en la fuerza del Espíritu, de hombres y mujeres nuevos: nueva y nuevos con la novedad del Bautismo y de la vida conforme al Evangelio, que anticipe la promesa de vida eterna cuando Dios sea todo en todos.
Desde el comienzo, desde la convocatoria, y en todo momento, el Sínodo diocesano pretende introducir a la Iglesia diocesana en una nueva etapa evangelizadora, para ello es necesario impulsar una renovación personal y pastoral –la segunda es imposible sin la primera–, siempre en clave de comunión y de sinodalidad, derivada de la comunión, para que se engendren en su seno verdaderos discípulos misioneros.
En consecuencia, y finalmente, tres palabras han de ser claves en el Sínodo diocesano. COMUNIÓN, RENOVACIÓN Y EVANGELIZACIÓN, y así secundar el movimiento que debería impulsar este Sínodo, como a la Iglesia diocesana de Valencia misma, de CAMINAR, EDIFICAR Y CONFESAR, que antes he descrito con palabras del Papa Francisco.
+ Antonio Cañizares Llovera
Arzobispo de Valencia